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UNA MAÑANA EN PUNTA PITE | Foto relato



No importa si es primavera u otoño, la costa del litoral central chileno siempre acogerá a locales y visitantes con su particular vaguada. Este fenómeno meteorológico que consiste en un cambio de presión en el límite costero propicia que todas las mañanas una espesa niebla caracterice el paisaje de Valparaíso, Viña del Mar, Concón y alrededores.


Conociendo de antemano el comportamiento del clima litoral, la ausencia de sol no nos intimido a montarnos en el auto y manejar desde Viña del Mar hacia el norte a un destino espontáneo: Punta Pite. Si bien en este lugar se encuentra un condominio cerrado con casas de playa de alto costo, a nuestra curiosidad de arquitectos no le interesaban estas obras; por el contrario, deseábamos conocer la intervención que había realizado en el año 2005 la arquitecta Teresa Moller en el borde rocoso de la costa del condominio. Esta intervención asociada al Landart consistió en la construcción de plataformas y escalera a partir del mismo granito del lugar para conformar un recorrido de aprox. 1,5 km., al cual accedimos por medio de un empinado y casi oculto acceso desde la carretera en el extremo sur del condominio.



Entre el cielo nublado pero iluminado que conformaba una alfombra blanca sobre nosotros y las rocas de granito gris sobre la costa, la experiencia de recorrer a través del límite costero parecía sacada de una película de antaño, esas que debido a la ausencia de color exaltan las formas a partir de un simple juego de luz y sombra, blanco y negro; esto sin duda condicionó la toma y edición de las fotografías que registraron nuestro andar hacia el extremo norte de la intervención. En algunos casos el paso se estrechaba entre grandes rocas, en otros la vista lograba ampliarse hacia el mar; ningún lugar era similar al anterior a pesar de que la sensación de estar completamente solos era constante durante todo el recorrido. Si bien la posición y orientación de las plataformas sugieren una dirección a seguir, la obra no coartó que nosotros -Angela, Sebas, Katha, Pancho y yo- deambuláramos, nos acercáramos a los acantilados, escaláramos alguna roca, o simplemente nos detuviéramos para apreciar el paisaje en el que nos encontrábamos inmersos; justo con la libertad que Moller quiso que se habitara este lugar.


Pero a pesar de estar conscientes de lo potente de esta sensación de deriva y soledad en el borde rocoso -similar a la que relata McCartney en the fool on the hill -, al terminar el recorrido y volver a la carretera no abandona nuestra cabeza la idea de lo que podría cambiar la experiencia en el mismo lugar si este espacio estuviera abierto de manera más amable a toda la comunidad porteña.


Texto e imágenes: Oscar Aceves Alvarez ©




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