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RETRATOS DEL SILENCIO


Es una inmensidad donde el límite es la alta cordillera y el ahora agotado caudal del río Magdalena. La tierra brilla, el lodo se arma de vigor en la temporada de lluvias, las cactáceas y arbustos espinosos van cruzando caminos de viento y arena. La luz está del lado correcto del instante… cuando se está dispuesto a atenderlo.

Un hombre solitario entre los pilares de un laberinto gris de demonios antiguos, luce como la gota de tinta negra desprendido de un pincel ancestral, donde el corte de los días tiene un carácter seco y agotado. Las plantas crecen con dificultad, los animales… con ellas rumean débilmente entre las estaciones, los hombres que habitan las planicies, migran sus rebaños, traídos de una historia interior porque los cabritos no atienden el hambre bajo un sol agresivo.


Alguien camina en medio de los arenales y valles lodosos. Las cabras lejanas se confunden con rocas rojizas cual puntos de fuego en la distancia. Por un instante se pisa sobre una tierra ancestral de gigantes y abrazadores corredores de luz. Pero siempre… allí, un silencio entre palabras, como si las frases fuesen dos o tres silabas sobreentendidas en la pausa. Ceños fruncidos que se recuestan en una pared. El río Magdalena intenta de lado, mirar como una serpiente que hiberna, casi ajeno, salvaje merodeando junto a las torres de tierra y la alta cordillera que se asemeja a un paño celeste en la ceguera del día.


Doña Lidia o su hijo Obirne llaman a la mesa donde un plato de pepitoria reúne a comensales de todos los rincones de la humanidad, junto a una enorme pierna de cabrito, que en verdad rebosa el plato por el tamaño de su hueso y no por la abundancia de carne.

Cerveza en un estadero a mitad de camino, ¿mitad de camino a dónde? Cuando el paso pareciese inmóvil. El borde, las montañas o el río son inciertos, un quizás en la búsqueda del destino. Casas distantes siempre, referencias mientras el vaso espumoso se agota y pierde frescura. Un niño como un pincel pasa bordeando las colinas para encontrarse con un rebaño, mudando de sombra en sombra durante el fiero verano o el verde invierno, donde sin tregua el sol ataca bestialmente.

La luz es un regalo imperecedero tanto como las historias que traen consigo los seres humanos de piel curtida por el sol y los vientos cálidos. Las palabras vienen desde una silla mecedora que avista las planicies. Cerca braman los hornos de barro con leña seca que se rompe en las cocinas. Hay humo y mosquitos rondando los oídos, cuando todo desaparece y llega el silencio.

¿Cómo fotografiar el silencio?

Texto e imágenes: Juan José Escobar Gil – 2018 ©


Fotógrafo y cronista


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