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EL PAISAJE COARTADO




Como en “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez —la primera novela que llegó de adolescente a mi lectura—, aquí estamos, con el paisaje en los tiempos del coronavirus. Cuenta la historia —apresurada por cierto—, que un día una puerta se abrió y en consecuencia muchas otras se cerraron. Esta es la historia de un virus, una molécula genética acelular y microscópica, supuestamente creada de modo artificial o al menos parcialmente mutada; tan pequeña y poderosa que cambió al mundo y, en consecuencia, la percepción directa del paisaje se ha restringido, recortado y fragmentado. El paisaje está coartado.


Este término que hoy me resulta tan apropiado, con el que me he desvelado, deriva de la condición de esclavitud. La RAE lo define como: “Dicho de un esclavo: Que pactaba su rescate con su dueño” y el verbo coartar se refiere a limitar, restringir o interrumpir la concesión total o parcial de algo. Estas definiciones se pueden trasladar al paisaje, en esta contingencia sanitaria. Porque definitivamente, nuestra libre determinación o voluntad y nuestro libre albedrío se ven interrumpidos. Lo mismo sucede con la jurisdicción de nuestro hábitat, con el término o límite que adquiere la espacialidad con el confinamiento. Porque en la dimensión física pasamos a vivir restringidos a nuestras casas, a unos metros cuadrados. Claro que la tecnología virtual abre fracciones de metros en pixeles, con alta o baja resolución, para quienes tienen acceso.


Los espacios públicos están vacíos y, como nunca, hoy perdieron su sentido, y pasan a privar su habitación en contacto social. Los espacios privados se han resignificado, se los reconoce de otra manera y se los valora más que nunca. El transcurrir de los días en confinamiento doméstico exacerba la relación de las personas con su entorno, tanto el inmediato y visible como el que ya dejamos de ver, porque la vida intramuros lo oculta. Los muros actúan como filtros del exterior, coartan la mirada, y las ventanas se transforman en pantallas del paisaje de extramuros. A la salida del verano y al avance del otoño los estamos percibiendo por las ventanas, como verdaderas pantallas analógicas. Está claro que estoy hablando en términos generales y desde mi experiencia personal, junto a mi familia. Soy absolutamente consciente de que hay otras realidades y condiciones muy variadas, algunas tan duras que ni cuentan con techos, muros o ventanas. Y todo este discurso se desploma de inmediato.



Hay gente que la está pasando muy mal, por diferentes cuestiones, pero cuando digo “mal” me refiero al máximo sentido del término, porque para muchas personas estar en su casa puede ser el infierno más grande y terrible. En Argentina y en el último semestre de 2019, más de 500.000 hogares se encontraron por debajo de la línea de indigencia, lo que equivale a 2.236.739 personas (según informe del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina INDEC). Y las brechas socio-económicas se distancian más en esta circunstancia. Ya se estima que la línea de pobreza alcanzará entre el 45% y el 50% de la población al finalizar la pandemia. Sin embargo, hay sectores de la población, de clase media y de colectivos profesionales como el nuestro, que somos privilegiados en varias cuestiones. Por lo cual tenemos la responsabilidad de solidarizarnos y hacer todo aquello que podamos por quienes habitan paisajes marginales. Resulta obvio que la cuestión de fondo no está a nuestro alcance. Hay intereses económicos y corrupción que mueven a las grandes corporaciones empresariales y muchas veces también a los gobiernos. Y hasta en la adversidad hay especulación y ganancia económica. La liberación de contenidos digitales, por ejemplo, que esta tan de moda, y muchas veces disfrazada de campaña solidaria, no deja de ser un negocio que camufla publicidades o invita a mirar más a cambio de suscripciones aranceladas. Y al respecto, ya se anunció el listado de las multinacionales más enriquecidas con el covid-19.


Sin embargo, considero que por más grande que sea el conflicto, no tenemos que cruzarnos de brazos o dejar liberada la solución de los problemas a quienes ya demostraron que no tienen interés en hacerlo. Es momento de redoblar la apuesta, de hacer más de lo que venimos haciendo. Multiplicar la visibilización del problema es una acción concreta y como profesionales abocados al paisaje, en este sentido y en este momento, tenemos responsabilidad doble y fundamentada. Así como los profesionales de la microbiología o la medicina están haciendo lo suyo, hagamos lo nuestro, lo que esté en nuestras posibilidades. En referencia a ello, podemos aprender de la estrategia de nuestro actual enemigo. Los virus no actúan solos, porque la unidad microscópica aislada no enferma a nadie. Los virus actúan en cantidad, y así producen efecto, por eso tienen una alta capacidad multiplicadora. Entonces, apliquemos esa simple estrategia, amplifiquemos nuestros afectos y por tanto los efectos. Contamos con complicidades, redes, alianzas, convenios, y ese es un capital muy valioso. Cuando trabajamos aislados los efectos son pequeños, pensemos en la tan denostada globalidad, que en este caso puede ser muy positiva.


De este modo de actuar ya tenemos experiencias recientes, demostramos que con nuestros lazos nos podemos organizar rápidamente. Lo hicimos en 2019 con la campaña por Amazonia, y solo en 3 días nos aunamos 28 organizaciones abocadas al paisaje para dar un mensaje desde Latinoamérica al mundo.


Y ahora, ante tanta oscuridad y desánimo, pensamos en construir un espacio para dar lugar a la reflexión creativa y crítica. Lo estamos haciendo desde la Iniciativa Latinoamericana del Paisaje (LALI) —liderada por Martha Fajardo— y el Instituto del Paisaje de la Universidad Católica de Córdoba —bajo mi dirección—, con la convocatoria “El paisaje a través de mi ventana”. Y ya lo expresamos en 6 idiomas porque se sumaron 26 organizaciones de distintos países de Latinoamérica y también de Estados Unidos, España, Portugal, Italia, Francia y llegamos a China, donde empezó la tragedia, gracias al interés en adherir que manifestó Kongjian Yu. Y contamos con un súper jurado integrado por representantes asignados por estas organizaciones, con experiencia doble: en arte y en paisaje, urbanismo o arquitectura. Este jurado tiene el desafío de seleccionar las 50 mejores propuestas, con las que editaremos un libro de reflexión. Estas dos campañas que acabo de reseñar son ejemplos propios y exitosos, análogos a la estrategia de los virus. Les pido por favor que multipliquemos las acciones de visibilidad, esto está a nuestro alcance, solo se requiere de voluntades, no se necesita ni una sola unidad monetaria, y estaremos contribuyendo a educar al mundo, sin hacer daño a nadie y por más paisaje.



Como la estrategia virósica, por más pequeña que sea nuestra acción, tanto como la dimensión de un virus, su implicancia puede ser potente, gigante y global. Porque si estamos y actuamos juntos, a largo plazo podremos cambiar la noción y la conciencia sobre el paisaje de nuestras comunidades y también entusiasmar a más jóvenes para formarse profesionalmente en torno al paisaje.


Es evidente el mensaje que los animales nos están dando. En estos 40 días de confinamiento mi casa se llenó de aves, como nunca antes. No registré osos, monos, ciervos ni cocodrilos, pero desde mis ventanas pude observar y oír a más de 16 especies de pájaros, en un lugar que no es habitual ver en cantidad y menos de tan cerca. La aparición de fauna silvestre en las ciudades —ese fenómeno que se ha multiplicado en las redes sociales— es un signo que pone de manifiesto que al estar encerrados se baja la amenaza y los animales se aproximan, conquistan nuestros territorios urbanos. Pues entonces, los humanos somos el problema porque los espantamos, encerramos, maltratamos, comerciamos y en algunos casos exterminamos. La tierra se está manifestando de muchas maneras. En algunas ciudades de Argentina y en algunas otras partes del mundo, por las noches, se registra un extraño zumbido que retumba desde el cielo, a lo que algunos le dan un sentido místico y los científicos lo denominan cielomoto —los terremotos en la atmosfera—, que con la quietud de la cuarentena se hacen más perceptibles. Nos hicieron espeluznar, sobre todo si los recibimos como una señal del planeta.


El llamado es ahora y de una vez por todas, para reencontrarnos con la naturaleza. Debemos mirar a los pueblos ancestrales, nuestras comunidades precolombinas, aquellas que tenían una relación más amable e integral con la naturaleza, simplemente porque se sentían parte de ella. Es hora de firmar un pacto para vivir, expresión que me recuerda la canción de Bersuit Vergarabat “Un pacto”, de la que voy a citar la estrofa introductoria:


Un pacto para vivir,

odiándonos sol a sol,

revolviendo más,

en los restos de un amor,

con un camino recto a la desesperación.

Desenlace, en un cuento de terror.


La diferencia sustancial con la historia de la canción, se encuentra en nuestra imposibilidad de escapar de la relación toxica, que en nuestro caso es con el medioambiente. Esta más que claro que la tierra, por el momento, es nuestra única casa, no tenemos a donde escapar. Podrán existir millones de hogares pero hay un solo planeta, por lo tanto hay un solo hogar. Nos quedan dos alternativas: o nos reconciliamos o vaya a saber hasta cuando seguiremos con esta mala relación. Y como promulga la LALI, se hace urgente “Un pacto para la salvaguarda del paisaje”.


Esta pandemia nos ha asustado, paralizado, shockeado, pero al mismo tiempo nos tiene que movilizar, impulsar y activar a producir nuevos pensamientos y acciones, y desde otra perspectiva. Si al superar la cuarentena no cambian los modos de vida, será que no aprendimos nada. Si no cambian las relaciones con el medioambiente, los sistemas de consumo, productivos, educativos, políticos y éticos, será que no aprendimos nada. Si no cambian las actitudes y valores que nos permitan a los profesionales del paisaje y de todos los campos de conocimiento, proponer soluciones con responsabilidad social y medioambiental, será que no aprendimos nada. Y si al superar la cuarentena la implicancia del coronavirus se toma como un simple resfrió pasajero, será entonces tiempo de reconocer que no aprendimos nada. Y nuestro final, podrá ser tan inesperado y ridículo como el de Juvenal Urbino, el personaje de la novela de Gabriel García Márquez, que abandona a su esposa y su lucha contra el cólera al caer de una escalera, y eso fue por intentar atrapar a un pájaro que tenía enjaulado, igual que nuestro paisaje coartado.



Imagenes y texto: Lucas Períes


Director Instituto del Paisaje de la Universidad Católica de Córdoba


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