Ilustración 1: El Centro Histórico de Lima, un patrimonio de la humanidad en abandono - Fuente: RPP Noticias.
La riqueza paisajística de las ciudades es producto de una serie de hechos urbanos que responden a condicionantes en un determinado punto de la historia. Estos han dado forma tanto a su estructura física como a la percepción colectiva que se tiene de ellas. Sin embargo, en el contexto de una cultura globalizada que se desenvuelve en ámbitos tanto físicos como virtuales, las ciudades contemporáneas enfrentan una paradoja en la cual el sentido de pertenencia compite constantemente con la conexión al mundo, que se experimenta a través de una pantalla. En ciudades latinoamericanas, esto resultaría en la degradación simbólica de los núcleos urbanos.
Aristóteles una vez mencionó que el alma nunca piensa sin una imagen. El pensamiento humano necesita de una imagen material, un nexo que pueda vincular al concepto abstracto-imaginario con la realidad. Para Armando Silva[1] la ciudad nace con la escritura y las representaciones que se hacen de ella. Es decir, que estas se permiten existir gracias a lo que se dice de estas en la pintura, la fotografía, la literatura o la música.
Bajo esta perspectiva, la realidad misma podría ser irrelevante en la existencia de los lugares. Una comunidad desconocida en la Selva Amazónica no existe más que las civilizaciones ficticias. El Dorado o la Atlántida lo hacen gracias a su presencia en la cultura popular. Esto puede ser reforzado con el postulado de la duda metódica[2] de Descartes. Puede permitirse el pensar para luego existir, siempre que haya un tópico sobre el cuál dudar. Esto da la certeza de que es el receptor y su pensamiento quien otorga el estatus de existencia. Este mismo a su vez, dotará de un significado a esa misma imagen, resultando en el símbolo.
Basado en todo esto, puede concluirse que la imaginación es el puente entre la percepción y la comprensión. Los símbolos son el resultado del proceso cognitivo y psicológico individual.
Izquierda. Ilustración 2: Representación de ‘La casa de cartón’, de Martín Adan. (1928). Distrito limeño de Barranco a inicios del siglo XX. - Fuente: Jennifer Buitrón Larios
Derecha. Ilustración 3: Representación de la ciudad ficticia de la Atlántida. (2022) - Fuente: Margo Tartart
Sin embargo, en el mundo contemporáneo y con la llegada de Internet, este postulado se ha tornado más complejo. La economía del siglo XXI no solo incrementó los niveles de producción industrial, también lo hizo con la industria de la cultura, como la música, el cine y el entretenimiento.
La Telépolis, la gran ciudad virtual-global y que está presente en la red[3], le ha otorgado una condición de espectador omnipresente al habitante. La constante presión entre la ciudad virtual-global y la física-urbana, han producido un cambio en el patrón de consumo de la cultura, los patrones de comportamiento, ideología, economía y rutina diaria. La consecuencia directa de este fenómeno resulta en la adopción de símbolos internacionales compitiendo de manera constante con los locales.
Asimismo, la inmediatez de la ciudad virtual, con eventos de cualquier escala sucediendo minuto a minuto y con distintos actores participando, pueden llegar a trivializar el hecho urbano. La participación ciudadana en la vivencia urbana se da en su mayoría, de manera pasiva, resultando en la desconexión emocional con la ciudad.
Bajo este contexto, las ciudades se enfrentan a un escenario donde su habitante-receptor es capaz de prescindir de ellas simbólicamente y aún así, llevar a cabo su rutina diaria. Consecuentemente, un lugar puede perder relevancia, al punto de invisibilizarse y dejar de existir, pese a mantenerse físicamente en el mundo.
Izquierda. Ilustración 4: Apreciación actual de ‘La Gioconda’. Museo de Louvre - París. (2018) - Fuente: Fotografía Propia
Derecha. Ilustración 5: Símbolos sin significado. Torre de Pisa, Italia. - Fuente: Fotografía de Savidiot
Ante ello, surge la necesidad de hacer un acercamiento más íntimo con la psicología humana, aquella que Kevin Lynch[4] definió como el ‘sentido de pertenencia’ y donde la planificación técnica no es suficiente para poder dar una solución real y sustentable. Para lograr una reinserción de los núcleos históricos en la cotidianidad de las personas es necesario reinventar el sentido de estos a partir de su visibilización en las mismas experiencias del habitante.
Basados en lo expresado por Alaín de Benoist[5], defender las preexistencias implica renovar su esencia misma y los modos en la que esta cambia. No pueden ser considerados como absolutos constantes, pues sus características nacen de la interacción con diferentes generaciones en el tiempo y su entorno.
Esto se podrá dar a partir del entendimiento del proceso en el que un evento puede trascender de lo real a lo imaginario, con el fin de poder establecer una respuesta capaz de seguir la lógica de asimilación actual y revitalizar el significado de las ciudades en el imaginario colectivo.
Para ello es necesario definir los conceptos de Memoria Colectiva, Imaginario Colectivo y Cultura Popular. A pesar de que los conceptos son recurrentes y poseen una terminología similar, son conceptos complementarios, cuya relación se da en una posición de causa y consecuencia:
Ilustración 6: Esquematización de los niveles de la memoria ciudadana y la imaginación urbana - Fuente: Elaboración Propia
1. La memoria es un proceso que se realiza por medio de la percepción del mundo real, el cual queda impregnado en la psique humana y puede ser rememorado, modificado, reinterpretado o retratado por este mismo. Sin embargo, tiene su base en un elemento que ha existido. Es decir que para que se pueda haber dado este proceso, se ha requerido de una experiencia previa de un hecho real. A esta vivencia en la urbe se le denominará como la memoria personal.
2. La imaginación es diferente a otros procesos mentales, pues para que una de estas dos ocurra, se requiere de un elemento real, tangible y que pueda ser asimilado sin un proceso de la imagen. Para que puedan generarse recuerdos o memorias en la mente humana, se ha requerido de un elemento existente en el mundo real; Un evento, una persona, un objeto o un lugar. Por otro lado, la imaginación no la necesita, pues esta crea su propia imagen. Esta no existe hasta que la imaginación la produce, es la materialización de un pensamiento.
3. La cultura popular es parte del imaginario colectivo y global. Producto de la población misma que ha asimilado imágenes y eventos altamente reconocibles, los cuales pueden provenir tanto de un hecho urbano legítimo o de la industria misma. Esta cultura misma ha de ser la síntesis total de las tres construcciones previas respecto a un hecho único, el cual ha podido trascender gracias a la Teleciudad. Es un medio por el cual la población puede dar el primer paso para el desarrollo de símbolos. Estos significados y asociaciones que el ciudadano realiza jerarquizan ciertos puntos de la ciudad sobre otros.
El evento único como generador de impacto y posterior existencia.
Ilustración 7 / Ilustración 8: Arco del Triunfo recubierto - Fuente: Christo and Jeanne-Claude
lustración 8: Freedom with Fabric - Fuente: Christo and Jeanne-Claude
Una serie de hechos urbanos legítimos en una urbe inconfundible por lo tanto dará pie a una memoria colectiva, percibida por un número mayor de individuos, que si bien puede llegar a tener una serie de apreciaciones distintas, la percepción real de la imagen es la misma para todos sus partícipes.
Por lo tanto, las ciudades actualmente pueden reinventarse a sí mismas con la invención genuina de símbolos, siempre y cuando estos no sean ajenos a la sociedad.
Estos solo estarán completos cuando genere una reacción del mismo habitante.
La polémica, el debate y la atención demandan una posición, lo que a su vez implica la existencia misma del lugar.
lustración 9: Freedom with Fabric - Fuente: Christo and Jeanne-Claude
Ilustración 10: Ecce Homo - Fuente: Diario La Tercera. España
Ilustración 11: Louvre de Rojo - Fuente: Fotografía de Ben Parry
Este fenómeno urbano era inusual y hasta inexistente hace décadas. Hoy es una realidad que ha de evolucionar en el futuro. Por lo tanto, es necesario poder reconocer y dar la acogida necesaria al poder de la cultura popular en la época contemporánea.
El habitante del siglo XXI se desenvuelve libremente tanto en la ciudad física como la virtual. Esto condiciona a que la revaloración ciertamente tenga que estar presente en la Teleciudad. Por tal, la tecnología en este caso ha de ser una herramienta de difusión, de debate y de continua participación a los hechos urbanos y a la arquitectura misma.
Un lugar adquiere la identidad en un proceso que incluye la interacción constante de diferentes grupos urbanos que convergen en un mismo sitio. La memoria vivenciada y la imaginada son los elementos que coexisten en este proceso, complementándose una a la otra de manera constante. Las acciones sobre dichos espacios a manera de activaciones en una urbe que se desarrolla entorno a diferentes actividades son las que definen la cultura popular y su simbología.
Autor: Arq. José Eduardo Villanueva.
Nota: Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor
Fuentes:
[1] Nota para la fundación ‘Cultura Urbana’ - Caracas, 2004
[2] Discurso del método, 1637. Je pense, donc je suis. Pienso, luego existo
[3] Telépolis. Javier Echeverría, 1994.
[4] K. Lynch. (1981) Libro La buena forma de la ciudad.
[5] Entrevista a Benoist, por Peter Krause: La nueva Derecha, el racismo, el antirracismo, las ideologías y la xenofobia.
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