“El propósito público debe ir más allá de la simple remoción de barreras a los sentidos y de la supresión de sensaciones desagradables (…). La administración pública podría promover la recuperación del uso de los sentidos, de tal manera que la gente pudiera solazarse en el luminoso, aromático y sonoro mundo que la rodea.”
Kevin Lynch. La administración del paisaje.
6 a.m. Sobre la sábana se advierte un ruido como el de un refrigerador aparatoso y viejo; es la suma de motores prendiendo y apagando, de automóviles arrancando y frenando en seco, de relojes y radios anunciando la hora de entrada y las voces de una ciudad que se despierta siempre fría. A veces, el amanecer despampanante sobre los cerros orientales sirve de aliciente a los millares de empleados que se juntan, se repelen, se desperdigan y se pierden en el baile caótico de nuestro sistema masivo de transporte. Y viene la primera ola avasalladora del desayuno. El paisaje de Bogotá a esta hora es comestible. La ciudad es una gran cocina en que pululan los ingredientes, resuenan los aceites calientes y los platos golpeando todo a su alrededor; olor a café, agua, sal, a pan recién horneado, mientras todos se resisten a llegar a sus trabajos, las camas no pierden todavía el calor guardado en la noche. A esta hora, mientras el norte y el oriente de Bogotá ganan calor, el sur y el occidente se enfrían, es la consecuencia de la transferencia de energía de millones de personas yendo de la ciudad dormitorio hacia la ciudad de servicios.
8:00 a.m. La burocracia pinta la ciudad de negro, gris, blanco y uno que otro arriesgado color, ubicando escritorios empotrados en cada uno de los pisos de los edificios que ha construido el sector público o privado, para el funcionamiento del pesado aparataje del Estado y de la empresa. Sin duda, no hay paisaje más pesado que el de la burocracia bogotana: registra, cuenta, calcula, planea y no deja de trabajar, aunque lo haga rítmicamente lento.
En uno de esos escritorios se escribe y se envía una idea sobre esta ciudad: la propuesta de una Bogotá que funcione 24 horas[i]. Se firma, se da visto bueno y “se eleva” a las instancias, “hay que empezar a moverla” dicen algunos, “hay que hacer lobby” dicen otros y, así, la mueven, hacen llamadas, insisten y la ponen en otros escritorios, “más arriba” dicen – en pisos más altos, en otros edificios – y así se va fabricando el paisaje de esta ciudad. Luego sale a la prensa y lo llaman “ciudad educadora”, “ciudad visible”, “ciudad abierta”, ciudad “mejor” y “para todos”, “ciudad humana” y, para completar, “Bogotá 24 horas” como si ya el eslogan “Bogotá 2600 metros más cerca de las estrellas” no fuera lo suficientemente comprometedor.
10:00 a.m. El estómago vuelve a rugir y las viandas hechas con masas amarillas y blancas se desbordan en las esquinas bogotanas; chocolate hirviendo, café en distintas combinaciones y aguas con hierbas aromáticas, van circulando para aplacar la angustia, para acompañar el chisme y hacer tiempo antes del almuerzo. Bogotá tiene muchos “break”, tantos o más que las sombrillitas de colores que se estacionan a esperar la solicitud de un pretexto: un cigarrillo, un dulce, un minuto de celular, una goma de mascar.
12:00 del dia. El cansancio. Ya han transcurrido cuatro horas de trabajo o seis horas de estudio. Las nubes empiezan a cargarse de gris, cansadas de tanto ascender. El calor, si hay cielos abiertos; el bochorno, si está parcialmente nublado. Los niños (no todos) van hacia sus casas, buscando el camino más corto entre los barrios. Hay que anexar esta novedad a la idea de Bogotá 24 horas: los niños pueden caminar en la ciudad a la hora que les plazca, sin la compañía de los adultos, por tanto, es mejor olvidar la política de la jornada única en los colegios oficiales. Para que los niños disfruten de la ciudad necesitan jornadas libres, mañanas soleadas o tardes frescas en las que paseen libremente su anti-consumismo e irreverencia infantil.
1:00 p.m. Sí, vuelve a empezar la cuenta, porque en esta ciudad tenemos la costumbre de contar las horas de una a doce, privilegio ecuatorial de doce horas para la iluminación y doce horas para la oscuridad; doce horas para la civilidad, doce horas para la anomía y la intimidad. Luego del cansancio máximo del medio día, viene la segunda ola de olores y sabores. Ya está listo el almuerzo y los niños tienen derecho a tomar la merienda en sus hogares, son los adultos los que deben preocuparse por escapar de sus escritorios para ir en busca de comida. Puede no desayunar o no tomar la cena, pero Bogotá no puede obviar el almuerzo. A esta hora, el paisaje no solo es comestible sino apetecible y glotón.
2:00 p.m. a 4:00 p.m. La ciudad está saciada por la comida, el cansancio y la contaminación. Los niños duermen o deambulan mientras los adultos hacen ingentes esfuerzos por espantar la desidia. En Bogotá puede llover a cualquier hora, pero los aguaceros de la tarde arrasan con todo, cambiando el entorno. El paisaje se desdibuja y toda la gente intenta recomponerse rápidamente. “Sol de agua” de la mañana se convierte en trazos ingenuos en los ventanales empañados por los humores comunes.
5:00 p.m. a 6:00 p.m. Estampida, horda, avalancha. El paisaje de Bogotá adquiere un estado líquido a esta hora, pero en distintos grados de viscosidad; todo dependerá de la fluidez y la cercanía de aquello que compone lo acuoso. No hay que quedar atrapados en la marea alta de las horas pico, allí nadie merece estar, ni adultos ni niños. Bogotá 24 horas debería tener en cuenta que se necesitan algunos momentos de escape. No para llegar al punto de inicio (casa, vivienda, hogar.), sino para salir de la ciudad e inventar un paisaje propio desde el “yo” y rechazar la otredad que se presenta como multitud: usuarios, compradores, transeúntes, habitantes, visitantes. Escapar, por ejemplo, para convencerse que en Bogotá puede pasar por alto un amanecer o un medio día, pero nunca un atardecer dibujado de distintos colores y dimensiones, a veces rojo sangre, naranja encendido, violeta, rosáceo, amarillo o toda la gama de estos. ¿Cuántos buenos ocasos se pierden con cada obstáculo en el horizonte de Bogotá? Edificios, vallas publicitarias, muros, una estación de Transmilenio o un metro elevado, nos quitan la posibilidad de apreciar lo más propio que tenemos.
10:00 p.m. La ciudad está embriagada de su propia liquidez y hace un tránsito rápido al estado gaseoso, como la oscuridad que llena el paisaje representando la otra cara de la ciudad y no haciendo caso a la ausencia de luz natural. Lo incivil, lo informal, lo ilegal, lo íntimo se concretan en un imaginario colectivo de inseguridad urbana, criminalidad y muerte que se exagera en cada noticiero o diario local. Noches de cerveza y aguardiente después de trabajar y estudiar. Sí, porque Bogotá hace las dos cosas – por obligación, por costumbre o por inercia – y las hace penosamente. ¿Para qué quiere estar despierta 24 horas? ¿No merece algo de descanso el estudiante trabajador?
00:00 a.m. Lo contrario al cenit, es el nadir de un paisaje de 24 horas que esconde en su media noche sus más acuciantes problemas y desdichas. La trashumancia se resbala por las calles bogotanas en forma de transformismo urbano de los lugares y transformismo cosmético de las personas. En el nadir del paisaje tiene su auge (o su caída), las ciudades, ciudadanías e identidades otras. Allí donde el cenit no pudo invadir con toda luz pública (ser hombre, adulto, heterosexual, profesional, empleado, funcionario, asalariado y hasta militante) se desata el ser-otro. Afortunadamente, esta ciudad latinoamericana rumbo a los nueve millones de habitantes guarda unas horas para el show de la incómoda prostitución, la vistosidad de la rumba bogotana, la beligerancia sexual del LGBTIQ (…), el contagio del microtráfico y la hipocresía exagerada de la sexualidad.
Florecen lugares transitorios y embriagados de una alegría negada por la cultura conservadora y pacata; una Bogotá 24 horas debe administrar, simultáneamente, la productividad e informalidad del bar, del prostíbulo, del cuarto oscuro, los laberintos, las peleas de animales, las competencias de carros y los centros de expendio de drogas sintéticas, no para perseguir y eliminar, sino para integrar estos lugares y momentos transitorios a la noción de una ciudad siempre despierta.
¿Necesita Bogotá una alcaldía nocturna como la tiene la ciudad de Ámsterdam? ¿Debe ser el Concejo de Bogotá – y por consiguiente los administradores urbanos – el que dé los primeros pasos para la administración del paisaje y la gestión de los imaginarios sobre la noche bogotana? Algo es cierto: el comercio y sus luces encendidas no es la única actividad que puede sostener un proyecto de ciudad abierta y accesible las 24 horas. ¿Cómo asumir esto si la ciudad ha vivido ya varias crisis por el bajo poder adquisitivo de los ciudadanos? No puede dejarse a la volatilidad del mercado la administración de un imaginario igualmente volátil, como lo es que se construye sobre lo diurno y lo nocturno como posibilidades del paisaje y la vida urbana.
3:00 a.m. ó 5:00 a.m. La ciudad efectivamente no duerme. Cada vez más actividades comerciales y productivas empiezan a aprovechar la noche. Las superficies de call center que se conectan con los horarios europeos, la venta ambulante, taxis, UBER y hasta las múltiples modalidades de las ofertas educativas, son ejemplo de un creciente aprovechamiento de la jornada 24 horas en la ciudad. No obstante, el afuera y el adentro en estas actividades define estrictamente su relación con fenómenos de ilegalidad e informalidad. ¿Qué hacer – y cómo ser – a esta hora en la calle? No sólo no está bien visto, sino que se enfrenta a la censura, a la inseguridad y a la violencia.
6:00 a.m. Un nuevo día. Cualquier idea sobre Bogotá 24 horas debe hacer primero un diagnóstico de las formas de administrar el paisaje, precisamente en el rango de tiempo que se quiere gestionar (un día), antes que se repita la vieja usanza de la planeación urbana local: decidir desde los escritorios, sin estudiar los lugares y los imaginarios de los ciudadanos.
Texto: Felipe Castellanos Sepúlveda 2018 ©
1Profesor de Geografía. Integrante del Grupo Interinstitucional de Investigación Geopaideia. Docente de la Universidad Pedagógica Nacional.
i Recientemente el Concejo de Bogotá aprobó por mayorías el proyecto de acuerdo “Bogotá productiva las 24 horas”, en que se proponen un conjunto de estrategias para activar la productividad de la ciudad, sobre todo en el sector comercial y de los servicios. Esta iniciativa contempla medidas económicas y de gerencia urbana muy importantes que, como es costumbre, se definen con base en estudios de mercado o percepción, pero no consultan al ciudadano y las comunidades que, en buena medida, ya interactúan en estas dimensiones de lo económico, lo cultural y lo social en horarios nocturnos o no convencionales. Ver: http://www.eltiempo.com/bogota/concejo-pide-acciones-para-que-bogota-sea-una-ciudad-de-24-horas-208280