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ASCENSO A LAS TORRES DEL PAINE | Foto relato - Chile


Había llegado el tan esperando día, nos encontrábamos a unas pocas horas de conquistar las miticas torres del Paine, que tantas veces habíamos visto en postales y billetes de la Patagonia chilena. Sin importar el cansancio por haber caminado más de 6 horas el día anterior, nos despertamos ansiosos a eso de las 3:30 de la mañana, para ver el amanecer en la cumbre de las torres.


Contra todo pronóstico del clima nos arriesgamos a subir aun sabiendo que posiblemente no íbamos a ver el paisaje en su máximo esplendor. Empezamos el acenso por un estrecho sendero siempre alertas por el peligro amenazante, escoltados por los hilos plateados de la luna a lo alto y una pequeña linterna que nos indicaba el recorrido hacia la cumbre. La ruta era difícil por la poca visibilidad, la alta pendiente, la lluvia y lo resbaloso del terreno. Caminamos por entre los longevos bosques de lenga y las afiladas rocas casi gateando durante el en el último tramo, para finalmente llegar luego de dos horas a la sima.


Aún era de noche, la luna se reflejaba sobre el espejo de agua en la base de las torres, como indicándonos que habíamos llegado a nuestro objetivo. Sin mediar palabra y entusiasmados, nos ubicamos sobre el anfiteatro natural que rodea la laguna, esperando que se levantara el telón de la noche para contemplar el espectáculo.


El murmullo del viento nos rodeaba y la luz del día empieza a llegar, la noche queda atrás, el tan misterioso paisaje se revelaba y detrás de la niebla sonriendo, tres grandes siluetas aparecen ante nuestra mirada perpleja. El gran momento había llegado, los sentidos se aceleran, la belleza del lugar se desnudaba ante nosotros, mientras la luna a lo lejos se deja seducir por el sol, con sus tonalidades de naranjas que danzan sobre las tres rocas de granito erigidas sobre el borde la laguna celeste hacia cielo, rasgando las nubes y dejando claro que ellas son las protagonistas del lugar.


La escena está completa y el día no pudo estar mejor, seducidos por la belleza del lugar permanecemos inmóviles con el espíritu agradecido por haber podido contemplar tan majestuoso paisaje que siempre recordaremos.


Texto e imágen: Carlos Lince ©


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